miércoles, 18 de enero de 2012

Sobre las tres dagas del destino



   Hoy puedo decir: ¿Cómo fuí tan ingénuo?, no siempre existieron redes virtuales para escribir y expresarse, el ser humano siempre encuentra alguna manera de expresarse, ¿pero cómo soy tan imbécil?, las redes virtuales te permiten ser leído por lectores reales a través de una pantalla en cuestión de segundos, en la hoja escrita, en la cueva, en las tablillas, tal vez sí seas leído si los aires del destino así lo quieren, pero no en cuestión de segundos sino de décadas o de siglos, todo un mar de tiempo. Esa necesidad de expresarse a los cuatro vientos, de recibir como respuesta un estímulo aunque sea mínimo, es el principio de la decadencia del mundo moderno. Mientras más en el presente estamos, más se acrecenta nuestro sufrimiento. Por eso siempre... el hombre moderno vive en una perpetua tortura sin fin aparente. No, lector desconocido, no es aquí ni hoy donde debes pensar en el suicidio, porque esa no es la solución para este caso, al menos para éste. Él, es la muerte bajo otra mascarada, ¿qué importa si es hoy o mañana? La muerte jamás dejará de ser la muerte. Y ella, nunca nos va a solucionar el problema del sufrimiento eterno, sólo nos cambia de carril, no modifica el pasada ¿pero y el presente?, tampoco, pues es el presente una contínua continuidad perenne, y es aquí cuando se deduce a simple vista de que el tiempo no existe. La santa muerte no nos puede liberar del presente porque vivimos en él, vivimos en la muerte y en la vida, y ambas, ilusiones.
   Ay..., si no sabré hoy si fue todo en vano. Porque todo es vanidad. El vacío es vanidad, la ausencia de la existencia y su profundidad infinita hacia la nada lo es, el amor y la belleza así como la natura y el árbol. La falsa elegancia del saber y lo absurdo del pensamiento. ¿Por qué estoy, entonces, escribiendo ahora, si incluso todos los más grandes autores escribieron en vano sabiendo que detrás de la obra no hay más que horror? Es una necesidad, no un deseo, la necesidad del vómito maldito, lo llamarán los más herejes, otros, una simple sensación más del palpitante y rebelde corazón, el instinto de su mente: todo es psicológico.
   Se sabe ya que la verdadera inteligencia nace naturalmente, que hay que transformar el mundo y que la verdadera vida está ausente, sí, pero mientras los más idiotas recojen nuestros pensamientos, las migas de ellos y de nuestros sentimientos para crear y recrear, para vanagloriarse en ese estúpido mundo en el que viven, nosotros, los exluidos de los mundos celestiales, los marginados de la Tierra, nos rebelamos en un eterno silente, y en un eterno silente también amamos. Ese es nuestro poder: pues a nuestro ardiente amor los poderosos burgueses deberían de temer. ¿Pero si nada tiene sentido?, mientras más miro a mi alma que no está aquí presente, más veo al abismo que me mira directamente a los ojos, como atravesándomelos con dos magníficos y fríos estiletes sin misericordia. Todo está perdido; pesimismo lo llaman ustedes, ¿pero qué importa el nombre si lo que es, es?
   Todo está en la diversión, en los placeres más mundanos, en lo terrenal, ¡no existe otra vida!, si no mejoramos ésta, ¿para qué vivir?; todo está en lo superficial, en el fondo no hay más que un concierto de avernos, y todos, completamente vacíos. Siempre en luto, siempre. Y nunca, pero jamás, será real el gran sueño, ni se edificará la más grandiosa utopía ni, por supuesto, nacerá nunca el gran principio de lo ideal, y menos, del ideal.
   Algunos, no poseemos ni valores ni principios, empero algo de nobleza de los tiempos pasados, eso nos fortalece en los momentos de mayor angustia, y fortalece a otros en los momentos de la palabra, no obstante es siempre y nunca el principio y el fin, así mismo como el fuego es el río y el río es el fuego.
   Y éste, es un principio de contradicción: las inteligencias múltiples pueden reinar en el mundo, quienes no pueden reinar son los humanos. El egoísmo es un monstruo invisible al que no existe forma de matarlo, y se me equivoco, ojalá sea su mismo asesino quien me refute sin piedad.
   La consciencia: el principal motivo por el cual el hombre no es consciente. El espíritu de la maculada razón vestida de traje, siempre siguiendo la tan tonta moda. La más sucia raiz de las contaminaciones metafísicas de antaño, así... ¿cómo esperan quienes intentan cambiar su preciado mundo si sus frutos crecen podridos y se pudren en el olvido quienes los devoran?
   La nostalgia: un bello recuerdo inmortal sólo en vida, la niebla del poeta; el sueño de los muertos.
   La culpa: una farsa. Una mísera raiz más en las profundidades de la psíquis de los mortales. Junto a la ley del pecado y a los mitos fanatizados de todas las religiones, sin excepción. Porque el sabio no necesita ni de religiones ni de filosofías. El nombre se lo dan los otros, el gran pensador no se ocupa de un trabajo de tercera mano, etiquetar no es digno del orfebre de la sabiduría. Pero hay rabiosos genios que, de todos modos, lo incluyen en sus pequeñas diversiones en obra y vida -si se me permite la exclusión de la redundancia-.
   Si el mundo es la serpiente y nosotros su piel, el fruto prohibido es la metafísica. Ah... ¿cuánto pasará hasta que se den cuenta de que se puede también pensar con el corazón y con la mente sentir?
   El miedo: una herramienta de defensa adoptada por la sagrada cobardía de nuestra jaula de poros; una aberrante creación de la ignorancia hacia el infierno, pues... quien ve cómo bailan las estrellas detrás del crisol del horizonte jamás podría sentir miedo alguno. ¿Y qué importan los demás?, sus percepciones -sobre o de nosotros-, sus interpretaciones -sobre o de nuestros hechos-, ¿qué importan si no son más que nosotros mismos en la ceguedad absoluta de un pasado que siempre fué?
   Viajo por pequeñitos caminos de asfalto en mi cárcel cutánea y contemplo con tristeza y algo de nostalgia el monstruoso esplendor de aquellas bestias de cemento, erguidas por mano esclava en el correr del tiempo, y pienso: cuánta pena por el falso progreso y cuánta lástima por los condenados en las calles. Este mundo es grande y sin embargo somos tán miserables.
   Palabras: las palabras son instrumentos, nada más. Y los instrumentos son fríos. Sólo se embellece lo que dura poca, algunos se divierten y divierten a otros -¡mentes ajenas en un mundo enajenado!-, y lo que dura poco no es bello por serlo sino por ser efímero. En la superficie más ordinaria se sabe que los instrumentos sirven para un fin, mas también, a esta altura, debería ya saberse que el ser humano es la única criatura capaz de crear un instrumento que no sirve para nada. Lo que gusta de las palabras es la relatividad estúpida de los seres humanos.
   Recuerdo de algún futuro no lejano el haber dicho que lo ideal, es un pretexto para llenar el vacío de los idealistas, los soñadores, los utópicos. Admito que lo suelo ser y soy a veces -¿pues quién es, aparte, una sóla persona?-, mas por simple diversión vanidosa. Pues sé, que en el fondo nada tiene sentido.
   Será triste el día en que te des cuenta de que lo mejor tal vez hubiese sido de que los más grandes pensadores y sentimentalistas jamás hayan escrito nada, y dejar que el mundo arda.
   El pensamiento, la filosofía y la poesía, nacen para oídos dignos pero esos oídos dignos no sirven para nada. Ellos también leyeron a sus predecesores, y escribieron, y aquí estamos, ¿mejor?, no. Hoy, como yo, hay gente escribiendo, más de lo común puesto que parece ser más cómodo escribir en un maldito teclado antes que con fresca tinta en una tersa hoja de papel, ¿pero para qué sirve si nada cambia? ¿sólo para estimular los sueños de quienes nosotros ya sabemos no cambiarán nada? El mundo es prácticamente circular, las estrellas, los astros lo son, y así tal vez el tiempo lo sea siguiendo la lógica del eterno retorno y hasta así tal vez lo sea el mismísimo universo. En fin, un pasatiempos natural, como las hojas que caen en otoño. Un entretenimiento nato.
   No, extraño lector, no se trata de ser pesimista, sino de ver los ojos del infinito.
   ¡Ah, hombres y mujeres, seres humanos! ¡Siempre buscando el consuelo! ¿Por qué no dejar simplemente que fluyan los sentimientos y las sensaciones como el Paraná o el Río de la Plata, o como el dual y mítico Nilo con su doble corriente? Mas no, siempre intentando apaciguar al dolor, calmar el sufrimiento, ¡dormir a nuestra única fuente de poder! Y quienes mueran, pues que así sea, porque sabemos que el bien y el mal no existen, que son farsas creadas por el humano para su dócil captación de sus sentidos externos e internos, es real sólo bajo el ojo de la polivalente interpretación -¡oh gran mentira la moral!-, y no, lo que pasa no pasa por algo, como se suele decir vulgarmente, sólo pasa porque tuvo que pasar, así como si no hubiera pasado era porque no tenía que pasar, uno cuestiona siempre esto anacrónicamente criticando, pues unos segundos sólo se necesitan para que lo recién acontecido forme ya parte del denominado pasado, es decir: sí, podías haberlo hecho de esta o tal otra manera, y no hubiera estado ni bien ni mal, simplemente: hubiera estado. Así ciertas mentes buscan distintas drogas, el opio de los pueblos, el cáñamo de las nimias sociedades, el hachís de los artistas, los fármacos de los ciudadanos, o lo que sea de lo que sea, con el único fin de la estimulación extra e intrasensorial, en donde puede uno explayar a su propia creatividad o calmar a su propio pesar, actuando como el cloroformo médico del sufrir. Consuelo, eso es lo que buscan las personas, en vez de valorar la tortura del sentimiento, el sufrimiento, buscan de esta manera el consuelo y el apaciguamiento del dolor. Y esos algunos que buscan, en todo sentido, consuelo de vez en cuando, no son más que seres débiles y no curiosos, puesto que la curiosidad es una especie de don innato, es un placer del conocimiento, pero en el fondo es como un lujoso oropel de un rey aristocrático. ¡Ah... la naturaleza de la vanidad! Me gusta. Pero es tán vana... (redundancia con doble sentido)
   Oh... gente, sólo déjenlo correr.

En fin, palabras y más palabras y vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad!

1 comentario:

  1. Hay que cambiar la vida, se sabe también, sí, pero hoy estoy yo ya muerto.

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