miércoles, 28 de marzo de 2012

Consciencia



   Tengo piedras y ramas y flores y plantas en un verde seno de cristal de carne con formas inauditas, debajo, sí, de un cielo de arena que cada mil prontos entre prontos envejece a terremoto. ¿Es la juventud el sueño de la naturaleza? ¿Es el amor el instinto del universo? ¿Es el blanco colibrí la representación en plumas del deseo de una nube? ¿Soy yo un hombre o una sombra? ¿Existo? ¿Fantasma o viento? ¡Existo!, díceme mi antiguo espíritu con palabras revestidas de grito, eterno bajo reluciente manto de la bóveda magna, desde todos los siempres.

   Mi alma es un círculo que viene y que se va, a través de los tiempos y por entre los tiempos, ¡David!, así te han llamado, así te han condenado. ¿Es el nombre de un rey con o sin corona? ¿No murió hace tiempo? ¿Es la estrella del mesías un soplo del recuerdo? ¿Hay ensueños desterrados que brillan bajo tierra? Y si no brilla la corona, ¿acaso llevas el sol frente a tu frente? ¡Oh, príncipe entre príncipes!, ¿portas un fragmento de noche en los senderos de tu pensamiento vil o es simplemente el cabello de tu cruel pensar?

   El eco de un dicho de lejanas tierras arriva a mis oídos africanos: la consecuencia del vacío y de la mala sangre, la causa de un puente cortado, ojos fijos sobre las cataratas del Niágara; porque se usan las cosas para deleitar el corazón, en vez de usar el corazón para disfrutar de las cosas. Y las ondas que aceleraban en desaceleración se pierden entre los árboles.
   Tengo a mi ego encarcelado en una jaula de loro parlanchín, y ni siquera he necesitado uso de fuerza alguna, sólo le he jugado perfidias, de tal manera que ha ya olvidado de odiarme.
Niños, allí radica la fuente de toda sabiduría y poder; y sus lágrimas, ¡oh, pequeños ojos de cantimplora!, son el mar que las sedes de los dioses no pueden tocar, jamás. – ¡Oh, ojitos! ¡Fuentes de agua y de luz! Y el sol, con una gran sonrisa de fuego, ilumina sin temor a sus corazones para que a cada momento disfruten. Un carpe diem lleno de perlas infinitas. ¿Qué es acaso el universo?
   Y hela aquí mi fina voz con sus vestiduras de nívea brisa: aprender de los niños para destruir con Amor, o volvernos niños para ser destruidos por el Amor. Y renacer, y renacer. ¡Eterno retorno hacia lo eterno!

   En palabras otras: Renacer hacia el eterno retornar hacia lo eterno.

   Y he leído hoy:
                  ¡Amante, la ternura desgaja mis sentidos...
                  Yo misma soy un sueño remando por tus aguas!

   ¿(No) es hermoso el amor?, y un gramático Cinturón de Orión para su respuesta: ...

   Y he leído mañana:
                  Me culpan de ir al cementerio
                  A regarle los ojos a los muertos

   Es hora de darse cuenta. Estamos bajo la luz de un sol que no perdona, con o sin corona, lo siguiente no será una ofrenda: las iluminaciones acarician a de pulpo tacto las ventanitas de nuestras pequeñas casitas de ébano, y allí, en los montes del Parnaso o en los senderos de la Escocia, nos aguardan cruces sedientas de ávida sangre carmesí, bestiales clavos impíos y un laurel de púas para cada poeta. – A las deidades mayas les gusta la sangre, se sabe. Y las lágrimas de Chaak no perdonan.
   Es hora de darse cuenta. La «fría» mirada de Helios nos hará arder con su justicia divina, sea ya para ascender a la cúspide de Maslow o descender a la invertida cúspide desde la base de Kefrén. – Justicia divina. El sacrificio de unos, y la condena de otros. ¿Dónde estás tú, pobre y hermoso cuerpo? Mira, he sacado un pasaje al Hades, y tengo éstas dos monedas australes para pagarle a Caronte, ¿eso responde tu pregunta?
   La edad de la luz. La época de la iluminación. El tiempo de la verdad. A paso lento y a camello montar, los tres Reyes Magos efectúan su paso decisivo. ¿Huele ya Inti el oro, la mirra y el incienso?
   Y aún no puedo temer. Sólo sufro, solo. Aunque siempre somos tantos. Tantos.

   Creo, ya, es tiempo de que yo también pida perdón. Perdón por soñar, perdón por imaginar, perdón por sumergirme por propio placer en las cálidas aguas espumosas de la fantasía, de la imaginación más ruin y corrosiva; perdón, perdón por jugar con magia que antes apenas conocía y hoy puedo llegar un poco más a conocer; por hablar con fantasmas que no veía ni escuchaba, por danzar entre sombras sin música, por llorar bajo el brillo de las estrellas creyendo que todo era un sueño, ¡perdón por aún creerlo!, por creer en mis propias mentiras y enmascarar mi propia verdad, ¡ay, me cuesta tanto darme a conocer a los dioses!, ¡quién me ha encadenado a estos oxidados calabozos de profundis! ¡Quién!...; me disculpo con mi vida y con mi alma, y con la antigua sed de mi espíritu, por haber transformado esta vida en un ensueño.
   ¡Ay..., no le deseo a nadie esta maldición! ¡A nadie! ¿Me oyen?, ¿hay alguien ahí?, ¡¡a nadie!!
   Cuando un ángel caído cree estar en el paraíso es cuando menos lo está. Y también pido un ferviente perdón por ello: por creerme ángel o demonio, blanco o negro con alas derrumbadas. Es cierto que somos lo que creemos que somos, pero primero, somos lo que somos. – No falta mucho para que deje de cantar. Y si canto, se por algunos breves momentos, cuando mis ojos se vuelvan santo.
   Hay alquimia en la palabra, en el verbo, en la letra, ¡magia!, pero hoy me doy cuenta de que la magia no existe, y sin embargo sé que existe..., ¿es que son las miradas del uni-verso tan caprichosas? Tal vez y muy tal vez, el pensamiento no mueve montañas, ni el sentimiento apacigua a la furia del volcán... «en donde como en cada ardiente corazón ninguna flor puede crecer», ¿pero y la cuantificación instintiva del caótico tablero de ajedrez que reposa cual alfombra de terciopelo binaria sobre el suelo del existir?

   ¡Ay...!, ¿cómo se pueden ver las rosas en mi infierno si las llamas lo cubren todo? ¿Cómo se puede contemplar la primavera si la álgida lluvia de salada sangre les obliga a ocultarse del dolor y del sufrimiento? ¡Ah...!, ¡bailen! ¡Bailemos bajo los mil tactos del sufrimiento carmín! ¡Tiñamos nuestros desnudos cuerpos hielos de sangre! ¡Pintémoslo de heridas escarlatas y renazcamos en la víspera con el rojo arder del fénico fuego dorado! – Execremos, juntos, como una guirnalda de plata, las viejas impurezas del viejo mundo abyecto. Hasta que el arco iris nos llore todos sus colores...

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